Era
muy joven cuando cayó envuelta en las caricias de sus manos, por el azul cielo
de sus ojos y por unos besos que prometían vivir en un cuento de hadas para el
resto de sus vidas. Palabras que juraban fidelidad y silencios que arropaban
noches, entre sus cuerpos y el placer de una sola vez. No sé lo pensó, arriesgó
sin mirar atrás a la inocencia y a los sabios consejos que veían demonios donde
ella retrataba al príncipe, castillo y jardín.
Al
principio, como todos los principios, los días vestían de seda y primaveras;
una flor en el pelo, una nota del querer al despertar, carantoñas al anochecer
y sueños que se amontonaban frente a frente.
Pero
todos los principios son breves, cuando la verdad es un tupido velo que abriga
a la mentira. Cuando la sonrisa es nebulosa y esconde la crueldad, cuando sus
manos no son manos y sí garras afiladas y cuando, el verso de su boca, cae por
la monotonía y enseña la realidad del monstruoso ser que yace bajo su piel.
Irene,
que así se llamaba ella, comprobó en tiempo record como se pasó del cielo al
infierno, desde un beso a un puñetazo, de un dime lo que quieras a un cállate
puta y de compartir cocina, sueños y lechos, a convivir con la soledad, las
pesadillas y el forcejeo. En su casa ya se respiraba otro ambiente, la paz y la
tranquilidad había dado paso a los gritos, golpes… y al terror de una sombra
que nacía en el sonido de unas llaves al abrir la puerta.
El
tiempo enseñó a Irene que las oportunidades eran respondidas por alguna vejaría
y que las súplicas, sólo eran oídas por sus propios oídos entre llantos y
amargura.
A
veces, entre tanta tormenta, amanecía un día sin lluvia y aunque no saliese el
sol, ella agradecía con la voz del miedo no tener el labio partido o el ojo
morado. En esos momentos, la bestia la llamaba por su nombre, e incluso su
mirada desprendía un atisbo del azul que la enamoró y que ahora, era de un gris
frío y profundo.
Irene,
ya no quería vivir y las amenazas borraban cualquier intento de ayuda entre su
familia y amigos. Se había apartado de los suyos y aunque sus padres, lograban
de vez en cuando hablar con ella, siempre pintaba un mundo opuesto al que
estaba viviendo. Cuando colgaba el teléfono después de un adiós compungido, su
cara era un manto de lágrimas mientras las heridas nunca terminaban por
supurar.
En
muchas ocasiones, sobre todo al conversar con sus padres, buscaba en las
reservas de su alma, fuerzas para intentar salir de ese camino sombrío, cruel y
sin salida. Pero cuando el diablo aparecía con su tridente e identidad
alcohólica, abortaba cualquier resquicio de fuga con algún regalo o la promesa
de que todo va cambiar.
Después,
otra vez más de lo mismo…cuando pensaba que salía de ese maldito camino, volvía
a estar dentro caminando sin pies, sin sentido…sin norte.
Engullida,
empequeñecida, secuestrada…Irene.
Sola,
sin amor, sin ganas e ilusión…Irene.
Irene…o
lo que queda de ella.
“Hay caminos que caminas con los andares de otros, con el vestido del pánico y con la soledad como compañera. Caminos que pisaste con decisión un día porque pensaste que allí no había engaños ni dolor. Muchas mujeres como Irene, siguen sumidas en ese camino pensando que alguna vez podrán invertir el ogro en ángel, el mal al bien…la enfermedad a la cura, la locura a la cordura. “
Por ellas...