jueves, 6 de diciembre de 2012

EL ASCENSOR


 

 

Había dejado su firma y con ella, la mitad de sus bienes.
Cuando salió del abogado retuvo la ira en sus mandíbulas, caminó sin pensar por la calles del barrio sin pensar más que en la injusticia y en el mal de amores.
Pensó que necesitaba una ducha, el agua se llevaría los rencores y las heridas y el desagüe sería el sumidero para olvido.
En su portal, la vecina del cuarto salía con el carro de la compra y el jubilado del quinto, regaba las flores que él mismo había sembrado en el jardín de la comunidad.
Esperaba el ascensor y negaba con la cabeza en soledad…
Soledad, repitió en voz alta y un aluvión de lágrimas se apiló en sus ojos, a la espera de que al primer pestañeo, un mar de tristeza resbalará por su piel y desbaratará de un plumazo, esa fortaleza que había forjado cuando él estaba a su vera para romper el destino…y su corazón.

Se abrieron las puertas del ascensor y de allí no salió nadie.
No chocó nadie contra ella, nadie que dijera: > Te he dejado la comida preparada y una nota en la cocina, que cuenta lo que vamos hacer esta noche…>
Las puertas se cerraron y sintió un escalofrío, como si una guillotina cortará su alma en dos partes. Apretó el botón y comenzó a subir en ese pequeño habitáculo donde la agonía parecía engrandecerse alrededor de ella. A mitad de trayecto, mientras rebuscaba en el bolsillo de su chaqueta las llaves, el ascensor se paró de repente. En medio del hormigón y sin un resquicio de cristal ni de luz externa.
Miró hacia arriba, como si la salida estuviera en el techo.
Empujó las paredes del ascensor como si hubiera una puerta secreta.
Luego, gritó, pulsó el botón de emergencia y por último cayó de rodillas en el suelo.

A la media hora, unos golpes la despertaron de su ensimismamiento.
Se incorporó y se acomodó los vaqueros y la camisa, sabía que en breves momentos iba a salir de ese maldito espacio reducido.
Y así fue, los bomberos lograron abrir esta lata que estaba desgastando sus pensamientos. Que estaba torturando cruelmente sus emociones con la imagen de aquel que se convirtió de príncipe a villano de un día para otro.

Cuando llegó a casa se desplomó en el sofá y escudriñó el salón.
Las fotos seguían engañando al presente.
Las flores siempre habían sido de plástico.
Las notas en el frigorífico eran frías.
Las llaves, inservibles para abrir las puertas del amor.

Se levantó y a medida que iba caminando para la ducha, iba desvistiéndose y tirando la ropa por el suelo. Desnuda frente al espejo, quiso colar su mirada en sus ojos…
Después, suspiró y dándose la vuelta pensó de nuevo, que el agua se llevaría los rencores y las heridas y el desagüe sería el sumidero para el olvido.