sábado, 23 de marzo de 2013

LA ESQUINICA, CAPITULO 2

 
Esta es una serie escrita en colaboración entre los escritores “IndiEs” de Barcelona. Participan Josep Capsir, Mercedes Gallego, David Lucas, Frank Spoiler, Juanjo Díaz Tubert, Isabel Mata Musick, Juan Re-Crivello. Intentaremos que sea cada 5 días máximo.

A cargo de Juan Recrivello

 
El inspector, un sabroso señor de 40, de gomina que le apretaba los pelos hacia atrás, seguía dándole vueltas al caso del cadáver de “La Esquinica”. A Carlos Moravia, se le ocurrió una idea, fue hasta la calle donde le encontraron y reviso palmo a palmo la acera. En un espacio reducido pero que alojaba una piedra vio un saliente y tiro de él. Pudo ver un papel, ponía: el muerto vivía en calle Bailen 216, 3 4, y una firma ilegible. Lo primero que hizo es insultar en contra de aquella broma, pero con el pasar de los días, solo tenía en el corcho detrás de su espalda, la foto del cadáver, la imagen del pene inmenso y ese estúpido papel “del muerto soy yo”. Hasta que decidió ir a esa dirección. Era un edificio del barrio de Gracia, a la entrada de la finca, una pastelería daba vida a esa zona. Subió los tres pisos. En el rellano se encontró con tres puertas y al ver que no respondían al timbre, se acercó a espiar por la mirilla. Aquello cedió y entro a un largo pasillo, el piso estaba vacío, o muy pocas cosas le permitían intuir si allí había vivido “el muerto soy yo”. Se asomó al balcón, el sol de primavera entraba con fuerza. Luego fue hasta la cocina y se sirvió un vaso de agua, por curiosear abrió la puerta de la nevera. Un fuerte olor le aparto hacia atrás. Hacia el fondo, debajo de una luz amarilla vio un pollo. No parecía estar en mal estado. Lo saco fuera, y lo situó encima de la mesada antigua de mármol. Estaba abierto, introdujo su mano y encontró un papel dentro del gaznate. Lo estiro con suavidad y leyó: ¡Serás igual que tu madre! Reviso la nota por detrás, había un teléfono de un moble de la zona. ¡Esto va de putas!      –exclamo. Antes de presentarse en la casa de citas, también descubrió la única foto que habían dejado. Decidió bajar e ir hasta la esquina, entro en el bar Toni, famoso por sus tapas en la barriada y mostro la imagen de la señora. Al escucharle el camarero sonrió, luego dijo:
–Esta señora trabajaba en una casa de citas de la zona, luego se retiró hacia atrás dejando que un mutismo le invadiera.
– ¿Está el jefe? –pregunto el Inspector. De dentro salió un tipo que llamaban Toni, se le veía afiebrado, lleno de nostalgia por su pueblo pero muy famoso en la calle por su buen humor. Le pregunto por el muerto, quien nadie conocía. Le describió alto, de grandes ojos y acercándose a su oreja deslizo: “un pene como mil demonios”. El dueño del bar sonrió, conto algunas anécdotas de cuando fue a la guerra y los tamaños que había conocido, para acabar por responder con un deje raro y de cierto respeto: “solo sabrán de el en una casa de citas. Ellas tienen una excelente memoria en estos menesteres”. Carlos Moravia se echó hacia atrás y pensó: ¡que narices, hoy todos me llevan a una casa de citas! Ante lo cual marcho en esa dirección. Le recibieron en el hotel “De Lo Lindo”, un establecimiento elegante que se amparaba en la normativa de hoteles tolerantes con la actividad. En su interior, le recibieron dos matronas que conocían a la mujer pero no soltaron prenda, a lo máximo dos iniciales M R y, cuando explico el relato del pene gigante sus risas invadieron la recepción para agregar que en ese espacio carecían de esos datos, que según su experiencia los que les visitaban eran señores con dilataciones normales. Estaba otra vez sin datos. Al llegar a comisaria puso en el corcho el nombre de la calle Bailen, la imagen de la señora y la frase “un pene de mil demonios”, subrayando en rojo aquella pista que parecía llevarle a un callejón sin salida. Pasaron varios días y reviso el papel y repitió en voz alta ¡serás igual que tu madre!, dio varias vueltas a la oficina y decidió regresar al bar Toni, ese día estaba el camarero de la tarde y ante su pregunta relaciono las dos iniciales con Merche Ruiz. La describió como una mujer extraordinaria, con un gran salero y amiga de un vecino que tenía un don físico que era el comentario de la calle, pero que nadie conocía su nombre  “a lo máximo su sobrenombre de Guerwin”. El inspector saco la foto de la mujer y el camarero reconoció aquella descripción:
– ¡Ya tenía algo! –exclamo. En la comisaria busco en la base de datos de los apodos y nada podía asociarse con aquel individuo que quiso bautizarse como el muerto soy yo.
Al llegar el viernes, preguntaron por el Inspector. Había puesto un aviso en el periódico sobre Merche Ruiz con una recompensa. Su ayudante hizo pasar una señora mayor que se presentó como la madre de Merche. La señora al ver la imagen del pene gigante en el corcho en su espalda, no pudo menos que exclamar: “¡era de él!” –y agrego:
–Estuvo saliendo con mi hija varios meses y nunca pude averiguar ni donde trabaja ni cuál era su nombre –dijo–. Era habilidoso, rápido, con una mirada que estaba siempre a la captura de alguna debilidad de los que le rodeaban. La definición no aclaraba la identidad del muerto. Pero el Inspector indago más acerca de algunos aspectos referidos a su hija, pero en esa larga entrevista su madre ignoraba su profesión, pero dedujo que la tal Merche era de Barcelona, que había tenido varias profesiones hasta que se fue a vivir con el desconocido. A la pregunta si sabía dónde podía encontrar a su hija la madre contesto con un escueto: “hace un mes que no la veo”. Le pidió si tenía alguna otra foto para dejarle, en la que aparecieran los dos. Ella miro en el bolso para entregarle una imagen de casi un folio de la pareja. “Es una foto de cuando visitaron la Sagrada Familia”. La dejo marchar, en la parte inferior pudo ver otra dirección, su intuición parecía decirle que esta era la buena, ponía Caspe 50. Una llamada de teléfono le aparto: era una voz gaseosa de risa y broma, que le desconcertó. Ese sonido nasal lo había escuchado hace unos años en otro caso sin resolver que guardaba en la carpeta A/256. Pero cuando se presentó vio que era el dueño del bar, el tal Toni. Algo no encajaba, escribió el dialogo sobre la marcha, que mantuvieron entre ambos, en un papel:
–Era una mujer de esquina –dijo Toni
– ¿A qué se refiere?
–A que vivía por las noches a una calle de aquí
– ¿Ud. la frecuentaba? Su pregunta directa dio paso a un silencio. Luego la voz gaseosa rio una y otra vez para decir:
–Tengo trabajo, mire, yo, claro “en este país hay mucha mierda” –y colgó.

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