domingo, 31 de marzo de 2013

LA ESQUINICA, CAPITULO 3

 

Esta es una serie escrita en colaboración entre los escritores “IndiEs” de Barcelona. Participan Josep Capsir, Mercedes Gallego, David Lucas, Frank Spoiler, Juanjo Díaz Tubert, Isabel Mata Musick, Juan Re-Crivello. Intentaremos que sea cada 5 días máximo.

 

A cargo de Josep Capsir

 

El inspector cogió su chaqueta y salió presuroso hacia la misteriosa dirección anotada a pie de foto. Algo le decía que esa dirección le llevaría al apartamento de la fulana y ¿por qué no?, del fallecido; además, ese Toni sabía algo que aún no le había contado, ¿el qué? De camino a su nueva pista, su cabeza se convirtió en un hervidero de ideas. ―« ¿Cómo puede ser que la policía científica no diera con esa nota que tan fácilmente encontré? ¿Quién se tomaría el interés de esconder otra nota en el interior de un pollo? ¿Cómo alguien podría imaginar que se me ocurriría meter la mano dentro? ¿No era más fácil dejar la nota dentro de un cajón? Y el del bar… Es posible que Toni conociese al muerto, si conocía a Merche y éstos se veían frecuentemente, no veo la razón…» ―Sus pensamientos se detuvieron bruscamente cuando, al llegar delante del portal del número 50 de la calle Caspe, una mujer rubia, de cadera ancha y escote generoso se adentraba al interior del edificio. ―«Es ella. Esa es Merche» ―Se dijo hacia sus adentros a la vez que tensaba el freno de mano y detenía el motor del coche.

Se introdujo en el interior de la finca, un edificio antiguo del barrio del Ensanche, huérfano de ascensor y que presentaba un aspecto deplorable. Las paredes, desconchadas y amarillentas, necesitaban una buena mano de pintura y la iluminación, escasa y lúgubre, delataba la falta de bombillas en los apliques laterales. Subió las escaleras a paso ligero, haciendo pie cada dos escalones e intentando interceptar a Merche. El inspector se detuvo en el primer piso, donde la puerta segunda estaba entreabierta. Intentando controlar su jadeo, abrió ligeramente la puerta y miró al interior con cautela. La estancia estaba a oscuras y apenas se distinguía el relieve de algunos muebles a través de la paupérrima luz que se colaba a desde una ventana lateral. Su vista se clavó en una figura que parecía colgar del techo. ―« ¡Qué me aspen! ¿Qué demonios es…?» ―Se estremeció. Ahora lo veía perfectamente, la silueta de una figura humana pendía del techo en mitad de lo que parecía el comedor. Sacó su arma reglamentaria y mirando a un lado y otro del pasillo que se le abría tras la puerta, se dirigió hacia el comedor, deslizándose con cautela con su espalda pegada a la pared y la pistola en alto. El fardo que colgaba del techo cimbreaba, como si hiciese poco tiempo que pendía de su soga. Si quería salvar la vida de ese individuo debía actuar con rapidez, por lo que dejó la pistola en el suelo y agarró al colgado por la cintura para que su propio peso no acabara de asfixiarle.

En cuanto lo abrazó, el fardo se deshizo entre sus manos, notando como el pliegue de unos ropajes le cubrían la cabeza y la espalda. Agitado por el hecho de perder de vista su entorno, se zafó de la ropa que le cubría la cara y trató de analizar la situación. La ropa, ahora esparcida por el suelo, era la de un payaso: unos pantalones bombachos blancos con unas rayas rojas y una chaqueta arlequinada de colores naranjas y amarillos. Más a su derecha, una peluca de pelo lacio y plateado, descansaba junto a unos zapatos desmesuradamente grandes.

― ¡Alto! ―Gritó una voz a su espalda.

Instintivamente alzó los brazos y se giró con extrema cautela. Un hombre enjuto, de pelo cano y rostro curtido le apuntaba con una pistola. El individuo que le apuntaba llevaba puestos unos calzoncillos raídos y una camiseta de tirantes blanca. Le miraba con firmeza y con una extraña sonrisa ladeada.

―No dispare, soy policía. ―Dijo inmediatamente mientras bajaba lentamente sus brazos.

El hombre borró su sonrisa, le encañonó directamente a la cabeza y su dedo apretó el gatillo con decisión. El agente cerró los ojos, resignado a su muerte. Todo fue tan rápido que ni tan solo escuchó la detonación del revólver, únicamente noto como desde su frente, se deslizaba su fría sangre por la cara. ―« ¿Fría? ¿Sangre fría?» ―Pensó al instante. Moravia abrió los ojos, seguía de pie y vivo ante un atacante que se reía a carcajadas. Pasó su mano por la cara, no era sangre, era ¿agua?

― ¡Maldito imbécil! ―Se abalanzó hacia él. ― ¿Me ha disparado con una pistola de agua?

Moravia le retorcía los brazos para esposarle mientras el infeliz seguía riendo a mandíbula batiente.  Por un lado, se sentía afortunado de haber salvado la vida, pero por otro, se sentía ultrajado y humillado por la estupidez de su agresor. Lo sentó en una silla con violencia y lo miró con condescendencia.

― ¿Se puede saber qué pretendía? Ahora debo detenerle por agresión a la autoridad.

Su atacante aún reía tímidamente.

― ¿Agresión? ―Carcajeó de nuevo. ― ¿De verdad que pondrá en su informe que le han disparado con una pistola de agua? ¿Cómo explicará que ha entrado en mi casa sin una orden judicial y sin llamar al timbre?

El idiota risitas tenía razón, había entrado en el piso de manera no reglamentaria y eso podía acarrearle problemas, además podía imaginar el cachondeo de sus compañeros cuando contase que le habían disparado con una pistola de agua.

― ¿Qué hacía el traje de payaso colgado del techo? Creí que alguien se había ahorcado. ―El inspector quería justificar la entrada al piso.

―Estos pisos tienen los tendederos en los patios interiores. ―Dijo el tipo en calzoncillos. ―Las palomas se posan en los poyetes de los pisos de arriba y me cagan toda la ropa. Por eso la tiendo aquí, en los ganchos del techo.

El inspector alzó la vista y comprobó como había una docena de ganchos anclados en el techo, cayados parecidos a los que había visto de pequeño en el matadero de su pueblo. Los ganchos en la penumbra de la estancia le hicieron estremecer.

― ¿Quién es usted? ―Preguntó de manera más tranquila el inspector.

El hombre de los calzoncillos abrió los brazos incomprensiblemente y le mostró las esposas abiertas. Hizo una mueca antes de volver a explotar en risas una vez más.

― ¿Pero cómo…? ―Estaba convencido de haber esposado perfectamente a aquel hombre.

―Me llaman Popeye y soy payaso y escapista profesional. Antes trabajaba en un circo pero con la maldita crisis… ―Hizo una pausa escénica y arqueó sus cejas antes de continuar. ―Ahora hago de payaso en un centro comercial. Me pagan una mierda pero es lo que hay…

Moravia se tranquilizó un poco, parecía que ese tal Popeye era un simple infeliz a quien le faltaba un tornillo. Lo más sensato era olvidar ese absurdo episodio y seguir buscando en otros pisos.

― ¿Conoce a esta mujer? ―Le preguntó casi con desdén, mostrándole la foto que le había dado la madre de Merche. ―Si no estoy equivocado vive en esta misma finca.

―Está equivocado. ―Replicó el payaso.

― ¿Equivocado? ¿No la ha visto nunca en esta finca?

―No he dicho que no la haya visto nunca en esta finca, sólo digo que esta mujer no vive en esta finca. ―Se encogió de hombros.

― ¿La conoce?

―Claro que la conozco, es Merche.

― ¿De qué la conoce? ―Siguió preguntando el inspector. Sacó un bolígrafo y un pequeño bloc de notas del bolsillo de su chaqueta y se dispuso a anotar la improvisada declaración.

―Trabaja en mi casa. ―Contestó parcamente.

― ¿Ha dicho “trabaja”? ―Levantó la vista de la libreta.

―Le alquilo la habitación por horas los martes, los jueves y los sábados por la noche.

― ¿Le alquila la habitación? ―Moravia frunció el ceño y se rascó la cabeza con vehemencia. ― ¿Para ejercer?

Popeye asintió.

―Como no puede pagarme con dinero, digamos que me permite cobrármelo en especies.

―Entiendo… ¿Sabe dónde puedo encontrarla? ―Se dispuso a anotar en su libreta.

―En el cuarto de baño. Ella está aquí. ―carcajeó de nuevo el payaso. ―Se está duchando. Ha venido un poco antes de su llegada. Creo que ha sido ella quien ha dejado la puerta abierta. Hay mucha corriente de aire en la escalera y si no se acompaña bien la puerta al cerrarla…

―Pero… ¿Por qué no me dijo que…?

―Usted no me preguntó. ―Sonrió pícaramente.

El inspector acababa de darse cuenta que había cometido un error de principiante. No había inspeccionado la casa para saber si había alguien más en ella. Echó un vistazo y vio que su arma reglamentaria continuaba en el suelo. La recogió y le hizo un gesto al payaso de guardar silencio acercando su dedo índice a sus labios. Se aproximó a una puerta que parecía la del cuarto de baño y aplastó su oreja en ella. Se escuchaba perfectamente el ruido del agua de la ducha. Vaciló un instante. No podía irrumpir en el cuarto de baño mientras se duchaba la mujer, así que decidió esperar a que ésta saliera.

―Lleva mucho rato ahí dentro. ―Se impacientó Moravia. ―Señora, salga por favor, soy policía y quiero hablar con usted.

Se giró hacia Popeye, quien sonrió y se encogió de hombros. Moravia repicó con insistencia la puerta. ― ¡Señora! ¡Señoraaaa!

El inspector abrió la puerta levemente y asomó la cabeza. El vaho se escurría por la ventana abierta del lavabo mientras el agua corría libremente por la bañera vacía.

― ¡Mierda! ―Exclamó justo antes de salir corriendo nuevamente hacia el comedor. ―Quédese aquí Popeye y ni se le ocurra marcharse. Ahora vuelvo, Merche ha escapado.

El agente bajó las escaleras a toda velocidad, saltando escalones a grandes zancadas y derrapando a cada rellano. Mientras tanto, tras la cortina del comedor de Popeye, Merche asomaba la cabeza y le guiñaba el ojo al payaso.

―Te debo una, Popeye.

―Me debes unas cuantas, Merche. Unas cuantas…

La mujer salió al rellano, miró por el hueco de la escalera y se fue hacia arriba, en dirección a la azotea.


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